domingo, 4 de agosto de 2013

CAPÍTULO 7: Cuando abrí los ojos al mundo

Mis primeros parpadeos

     Si hubiera tenido que leer el periódico o ver algún telediario, seguro que hubiera preferido seguir con ellos cerrados, la verdad. No obstante, cuando pude despertar y usar algo más que la bella trufa de mi nariz fue todo un despliegue de luz y color.

     La paridera de los Oncetartessos que habían construido Manu y Carmen era un loft perruno de máxima calidad. Había unas barras laterales que hacían que la alocada de nuestra madre pudiera tumbarse sin riesgo de que alguno quedáramos azules por falta de aire. Ya me veía con cara de pitufo...

     Recuerdo claramente cuando vi a mis hermanos. Enfilé mis ojos leoninos donde mi nariz indicaba que estaba Teddy. Allí vi tumbado a mi fiel competidor. El pardillo seguía teniendo los párpados cerrados (¡juas, juas!) y para mi tristeza no vio mi dedo corazón extenderse de forma supina (¡toma corte de manga!). Otra vez más, le había pasado por la izquierda y sin sacar el intermitente. Como luego vería en la televisión de mi futuro hogar: “¡Zassssssss, en toda la boca!”.

    Mi hermana Cali lucía hermosa y sencilla en una esquina donde espasmódicos movimientos me hacían sugerir que soñaría con algo dulce y alegre como un campo lleno de tetitas para chupar. Cuando llegué a encontrar a Pipo, el último de los cuatro, quedé sorprendido por lo pequeño que era (y fíjate que éramos todos unos mocos) y la mancha tan peculiar que tenía en el culo. ¿Por qué yo no tenía una así? ¡Molaba!

      Lo mejor, tras abrir los ojos antes que Teddy, fue ver a mis criadores. Esa imagen no se olvida. Carmen era una bella mujer con una melena frondosa y espesa para perderse en ella. Tenía una cara dulce y unas manos cuidadas y cálidas que sabían cómo cogerme delicadamente.  El aguerrido Manu era un hombre fuerte, con manos amables y curtidas del esfuerzo. La voz era sonora, fuerte y, al mismo tiempo, plácida. Solía dormirme escuchándole hablar de camadas y futuribles sobre mi raza, los estilos de cría y el perro “ideal”. Nunca entendí por qué hablaban sobre ello cuando estaba claro que yo era el salto evolutivo de los Tartessos.


     Aún tardaría unos días en ver a María y Joaquín, los que fueran mis amigos per secula seculorum. Sólo adelantaros que no fue como esperaba, pero algunas sorpresas son una gozada. Ya os contaré. Ciao bambini!

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