martes, 5 de noviembre de 2013

CAPÍTULO 13: La saga "Primpe informa" (1ª parte) - El parque



Yo mismo en mi "parque doméstico de larga estancia"

     Queridos amigos (y humanos): 

    ¿Cómo estáis tras este estupendo puente? Espero que os haya ido bien y estéis más frescos que una lechuga.

    Esta tarde quiero inaugurar una nueva sección dentro de mi blog titulada “Primpe Informa”. Esta saga tiene la idea de compartir con colegas (y dueños de colegas) algunos aspectos que pueden seros útiles y pueden facilitar la convivencia doméstica de las especies.

     La idea surgió en una de las últimas exposiciones caninas. Hablando con varios  rivales a pie de ring me di cuenta de que había cosas que desconocían de la vida canina doméstica en general. No sólo no lo sabían sino que nunca lo había imaginado. Lo que os voy a contar yo mismo lo asumía como algo habitual y cotidiano, sin embargo, fue grande mi sorpresa al percatarme de que, en realidad, son pocos los que asienten cuando les cuento cómo vivo.

    Por tanto, estas letras van a tratar un tópico siempre controvertido para los alejados de la educación canica: los Luxury Resort Golf and Spa****, es decir, mi “parque doméstico de larga estancia”.

    Cuando llegué a mi nuevo hogar, tras mi paso por el Palacio Oncetartessos, encontré un habitáculo de 2x2m que mis queridos amigos María y Joaquín llamaban “parque”. Era similar al que había compartido con mis hermanos, pero ahora la finalidad era otra distinta a tenernos a todos juntitos y con mamá, tal y como Manu y Carmen hicieron en su momento. Yo les miraba incrédulo pensando que dónde estaba el verde del césped, los árboles, los pío-pío de los gorriones y un puñado de cosas que hacía que eso sólo pareciera una cárcel colombiana. 

    Ciertamente, al principio mi estancia en el “parque” fue algo rara. Veía la vida pasar entre los barrotes sin poder interactuar cuando me apetecía. Veía a mi alrededor zapatillas de andar por casa, un cojín que “sexualizar”, un sofá donde saltar, cables que morder, enchufes que lamer, muebles que comer, libros que roer y un largo etc. Aquel domicilio era el paraíso de cualquier perro con dotes de odontólogo y yo no podía hacer ninguna trastada… ¡Ains! ¡Tan cerca y tan lejos!

    Por alguna extraña razón siempre que salía de mi “parque” lo hacía para hacer pipí en un empapador al que le tenía mucho vicio, jugar y tontear un poco. Me daba cuenta de que María y Joaquín dejaban a conciencia mis juguetes y sus ansiadas cosas en el suelo. ¿Por qué sería? ¿Eran tontos o qué? Me lo estaban poniendo en bandeja. Estaba claro qué prefería yo en mis primeros compases: sus cosas (las mías ya las tenía). Con mucha paciencia me fueron enseñando qué objetos podía comer y cuáles estaban vetados. Me llamaba la atención que cuando me equivocaba oía: “Time out”, lo que se traducía en tres minutos de reflexión en el “parque”. Me volvía loco por salir, pero no podía, y durante ese tiempo comprendía que algo debía haber hecho mal para acabar ahí. Y pensaba: “¡¡Qué suerte tienes de que no esté fuera, Joaquín, pues hubiera pillado ese calcetín y lo hubiera destrozado sólo para chincharte!!”.

    Por otro lado, cuando mis dueños se iban a trabajar, comprar o a divertirse en plan humanos me dejaban en mi “parque” muy contentos y tranquilos. Lo acondicionaban con agua, juguetes y una estupenda cama. Ellos me miraban diciendo: Así te portarás bien y no tendremos problemas”. Yo pensaba: “Qué rabia que no me dejen ir al baño con las ganas que le tengo al papel higiénico. Desde que vi un anuncio de un colega peludo y canela jugando con él, sólo soñaba con desparramarlo por el suelo”.

    Allí aprendí también a hacer pipí en mis primeros compases, a tener mis horarios reglados y  a saber cómo y cuándo salir. Os confieso que lo odié durante un tiempo, pero hoy reconozco que nunca me regañaron por comerme nada, no hice pipí donde no debía, aprendí a valorar los tiempos con mis dueños y supe qué hacía mal cuando me mandaban a reflexionar. Hoy lo miro con cariño y reconozco esos metros cuadrados como algo mío que quiero y valoro. ¡Ojalá todos pudiérais tener uno!

Entonces, esas pataletas eran cosas de crío. Hoy ya soy un perro hecho y derecho y gracias a esos ratos aprendí qué cosas no podía hacer con una simple palabra y un gesto. Que me cortaran el juego y me llevaran al “parque” (ahora me gusta más llamarlo “área de reflexión”) era un duro castigo, pero hoy sé que tuve suerte ya que según me han dicho los del ring, a otros les pegaban, apretaban el hocico y hacían perrerías que no me atrevo ni a mentar...

Mi mensaje final es a los humanos: 

nosotros DEBEMOS ser educados POR VOSOTROS, no venimos programados, no sabemos qué está bien o qué está mal y las normas de la casa son un mantra que no conocemos. vuestro cariño, paciencia, amor y entrega es lo que nos enseña. El “parque” sólo nos ayuda a ser tod@s más felices.


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