Queridos amigos (y humanos):
¿Cómo estáis tras este estupendo puente?
Espero que os haya ido bien y estéis más frescos que una lechuga.
Esta tarde quiero inaugurar una nueva sección
dentro de mi blog titulada “Primpe Informa”. Esta saga tiene la idea de
compartir con colegas (y dueños de colegas) algunos aspectos que pueden seros
útiles y pueden facilitar la convivencia doméstica de las especies.
La idea surgió en una de las últimas exposiciones
caninas. Hablando con varios rivales a
pie de ring me di cuenta de que había cosas que desconocían de la vida canina doméstica
en general. No sólo no lo sabían sino que nunca lo había imaginado. Lo que os
voy a contar yo mismo lo asumía como algo habitual y cotidiano, sin embargo,
fue grande mi sorpresa al percatarme de que, en realidad, son pocos los que
asienten cuando les cuento cómo vivo.
Por tanto, estas letras van a tratar un
tópico siempre controvertido para los alejados de la educación canica: los Luxury Resort Golf and Spa****, es
decir, mi “parque doméstico de larga estancia”.
Cuando llegué a mi nuevo hogar, tras mi paso
por el Palacio Oncetartessos, encontré un habitáculo de 2x2m que mis queridos amigos
María y Joaquín llamaban “parque”. Era similar al que había compartido con mis
hermanos, pero ahora la finalidad era otra distinta a tenernos a todos juntitos
y con mamá, tal y como Manu y Carmen hicieron en su momento. Yo les miraba
incrédulo pensando que dónde estaba el verde del césped, los árboles, los pío-pío de los gorriones y un puñado de
cosas que hacía que eso sólo pareciera una cárcel colombiana.
Ciertamente, al
principio mi estancia en el “parque” fue algo rara. Veía la vida pasar entre los
barrotes sin poder interactuar cuando me apetecía. Veía a mi alrededor zapatillas
de andar por casa, un cojín que “sexualizar”, un sofá donde saltar, cables que
morder, enchufes que lamer, muebles que comer, libros que roer y un largo etc. Aquel
domicilio era el paraíso de cualquier perro con dotes de odontólogo y yo no podía
hacer ninguna trastada… ¡Ains! ¡Tan cerca y tan lejos!
Por alguna extraña razón siempre que salía de
mi “parque” lo hacía para hacer pipí en un empapador al que le tenía mucho
vicio, jugar y tontear un poco. Me daba cuenta de que María y Joaquín dejaban a
conciencia mis juguetes y sus ansiadas cosas en el suelo. ¿Por qué sería? ¿Eran
tontos o qué? Me lo estaban poniendo en bandeja. Estaba claro qué prefería yo
en mis primeros compases: sus cosas (las mías ya las tenía). Con mucha
paciencia me fueron enseñando qué objetos podía comer y cuáles estaban vetados.
Me llamaba la atención que cuando me equivocaba oía: “Time out”, lo que se traducía en tres minutos de reflexión en el
“parque”. Me volvía loco por salir, pero no podía, y durante ese tiempo
comprendía que algo debía haber hecho mal para acabar ahí. Y pensaba: “¡¡Qué
suerte tienes de que no esté fuera, Joaquín, pues hubiera pillado ese calcetín y lo hubiera destrozado
sólo para chincharte!!”.
Por otro lado, cuando mis dueños se iban a
trabajar, comprar o a divertirse en plan humanos me dejaban en mi “parque” muy
contentos y tranquilos. Lo acondicionaban con agua, juguetes y una estupenda
cama. Ellos me miraban diciendo: “Así te portarás bien y no tendremos
problemas”. Yo pensaba: “Qué rabia que no me dejen ir al baño con las ganas que
le tengo al papel higiénico. Desde que vi un anuncio de un colega peludo y
canela jugando con él, sólo soñaba con desparramarlo por el suelo”.
Allí aprendí también a hacer pipí en mis
primeros compases, a tener mis horarios reglados y a saber cómo y cuándo salir. Os confieso que
lo odié durante un tiempo, pero hoy reconozco que nunca me regañaron por
comerme nada, no hice pipí donde no debía, aprendí a valorar los tiempos con
mis dueños y supe qué hacía mal cuando me mandaban a reflexionar. Hoy lo miro
con cariño y reconozco esos metros cuadrados como algo mío que quiero y valoro.
¡Ojalá todos pudiérais tener uno!
Entonces, esas pataletas eran cosas de crío.
Hoy ya soy un perro hecho y derecho y gracias a esos ratos aprendí qué cosas no
podía hacer con una simple palabra y un gesto. Que me cortaran el juego y me
llevaran al “parque” (ahora me gusta más llamarlo “área de reflexión”) era un
duro castigo, pero hoy sé que tuve suerte ya que según me han dicho los del
ring, a otros les pegaban, apretaban el hocico y hacían perrerías que no me
atrevo ni a mentar...
Mi mensaje final es a los humanos:
nosotros DEBEMOS
ser educados POR VOSOTROS, no venimos programados, no sabemos qué está bien o qué está mal y
las normas de la casa son
un mantra que no conocemos. vuestro cariño, paciencia, amor y entrega es lo que
nos enseña. El “parque” sólo nos ayuda a ser tod@s más felices.
No hay comentarios:
Publicar un comentario